Fallece el escultor Juan Antonio Corredor, académico de esta institución.
La Real Academia se encuentra de luto tras el fallecimiento de nuestro compañero D. Juan Antonio Corredor Martínez, Medalla nº 26. Elegido el 3 de diciembre de 1992. Ingresó el 11 de marzo de 1994 con su discurso de ingreso: Reflexiones sobre mi mundo artístico.
Descanse en paz.
SEMBLANZA DE JUAN ANTONIO CORREDOR MARTINEZ, por nuestro compañero D. Ramiro Mejías
El pasado 25 de julio nos dejaba nuestro querido compañero y amigo J. Antonio Corredor, y uno no termina de acostumbrarse nunca a esta suerte de lucha entre el tiempo y la vida, a esa inexorable cadencia de los acontecimientos que nos va acorralando en un mundo que se hace cada vez más pequeño, sobre todo para los que contamos con una edad y vemos partir a los amigos.
J. Antonio Corredor era un hombre directo y sin concesiones que decía siempre lo que sentía y lo hacía sin reservas, pero como suele ocurrir con los artistas, más que sus palabras eran sus obras, sus esculturas y pintura, la traducción certera de su alma. Cordobés de nacimiento y granadino de adopción, es en esta ciudad donde echó raíces y donde nacieron dos de sus hijos, aquí desplegó sus mejores años dedicado al arte de la escultura, que era para él lo esencial, y a la docencia en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos, desde 1972 cuando obtuvo por oposición la plaza de Profesor de Termino de Modelado. Lo cierto es que la enseñanza se convirtió en ese faro que sirve para orientar el destino y esa balsa segura que le permitía ser libre para crear al margen de las servidumbres del mercado. Hace años, en una entrevista confesaba que se dedicó con todas sus fuerzas a hacer mejor esa institución granadina, hasta el punto de caer enfermo. Después vendría su incorporación a la recién creada Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Granada, en donde pudo desplegar sus conocimientos de fundición. Se doctoró y publicó el libro “Técnicas de fundición artística” en 1997, y posibilitó la creación de la asignatura de Fundición en bronce en esta Facultad, siendo el primero en impartirla.
Se consideraba un eslabón de una cadena en una forma de transmisión del conocimiento sobre la escultura, desde el magisterio clásico, ese que se basa en el dominio técnico como el mejor medio para abordar la innovación en el vocabulario plástico y los nuevos materiales. Y siendo así Corredor hizo, siempre que tuvo oportunidad, referencia a sus maestros, comenzando por D. Amadeo Ruiz Olmos de quien recibió las primeras nociones en las técnicas tradicionales de la escultura y el oficio allá por los 50. Más tarde en la Escuela de Artes y Oficios de Córdoba continuaría su formación de la mano de D. Antonio Povedano. Tras un breve paso de un año por la Escuela Superior de Bellas Artes de Sevilla se trasladaría a Madrid a la de San Fernando, donde recibió magisterio de ilustres como Pérez Comendador, José Luis Vasallo, Marcos Pérez y García Donaire, entre otros, sin olvidar las influencias de Mateo Inúrria, el “Equipo 57” e incluso los italianos Marino Marini y Manzú. Son estos referentes los que harán posible el desarrollo de su exitosa y peculiar manera de expresar la figura humana en la escultura.
La obra de J. Antonio Corredor tuvo como gran tema la figura humana, pero no desde la figuración tradicional, respetuosa con las proporciones, sino de una manera más intuitiva, donde la técnica debía estar al servicio del sentimiento. Decía: “La técnica es la artesanía pura y el sentimiento es lo importante en el arte y en la vida”. Así, sus creaciones son siempre complejas a caballo entre el clasicismo y la visión personal que se nutre del presente. Nunca se quedó en el mero mimetismo, que veía adecuado para el periodo de formación del escultor, sino que buscó un vocabulario plástico propio que llegó a ser claramente reconocible y reconocido por el público. “Busco valores eternos como la grandiosidad, la simplificación, la síntesis….”. Definió el expresionismo de su obra como resultado del profundo conocimiento de la anatomía pero desplegado desde la memoria, lo que le permitía ser más libre, rápido e intuitivo para expresar la rotundidad de las formas. Este mismo carácter lo desplegó en su pintura, arte que practicó especialmente en sus últimos años, algo que es habitual en los escultores, especialmente cuando el paso de los años pasa factura y la dureza del oficio y los materiales no dejan margen para continuar desarrollando una labor tan exigente. Sus pinturas plasman la misma rotundidad de las esculturas, son sobrias y complejas en la composición, pero siempre trasmiten la ternura de lo humano.
Fue la suya una vida afortunada, felizmente casado con María Luisa Ardoy, padre de tres hijos, artista reconocido que obtuvo numerosos premios que no preciso mencionar, autor de numerosas obras instaladas en espacio público en Granada, Jaén y otras ciudades, maestro de artistas con una larga trayectoria docente, y miembro de las Reales Academias de Bellas Artes de Granada y de Sevilla.
Descanse en paz un amigo y un compañero.