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Comunicado de la Comisión de Monumentos relativo al proyecto del Paseo de Romayla

En septiembre de 2020, con motivo de la inminente adjudicación del proyecto de intervención pública en el denominado Paseo de Romayla, la Real Academia de Bellas Artes de Granada hizo público un comunicado donde exponía sus objeciones sobre el método seguido y sobre las características del paseo peatonal proyectado. Confiábamos en que nuestras aportaciones críticas permitirían abrir un necesario debate que contribuyera a mejorar el resultado final de la intervención prevista, que tiene como escenario un territorio especialmente frágil y simbólico a los mismos pies de la Alhambra. Sin embargo, el posicionamiento al que la Academia está obligada no ha sido correctamente interpretado desde algunas instancias, considerándolo como una obstrucción y un boicot a un parque público que contribuiría a la mejora de la ciudad.

La Academia considera necesaria y urgente la recuperación como bien patrimonial de la ribera izquierda del río Darro al pie de la Alhambra que evite su continua degradación y que permita la salvaguarda de sus valores históricos, ambientales y paisajísticos. En ningún momento se ha opuesto sin más a cualquier tipo de intervención, como si la única alternativa al proyecto presentado por el Ayuntamiento de Granada fuese condenar a este privilegiado espacio a seguir abandonado a su suerte; antes al contrario, entiende que es urgente intervenir y que es deseable hacerlo con otros planteamientos. Por este motivo, la Academia desea ofrecer a la sociedad y a los responsables técnicos y políticos algunas reflexiones e ideas que ayuden a alcanzar una solución idónea.

Habría que considerar, en primer lugar, si el uso al que se quiere destinar este territorio —un paseo peatonal y toda la suerte de infraestructuras y servicios que implica— es o no aconsejable. La zona situada al pie de la Alhambra, que debió de ser segregada de ese conjunto en momento histórico no precisado, ha mantenido históricamente el carácter de territorio privativo que no debería perderse, con independencia de que se articule adecuadamente su disfrute público y se establezcan itinerarios que permitan la estancia y circulación de personas a todo lo largo de la ribera. En este sentido, la denominación del proyecto como Paseo de Romayla no parece ser la más adecuada por lo que trasluce de alteración del carácter histórico de la zona, sino que se debería hablar de la recuperación del antiguo paisaje de cármenes al pie de la Alhambra y habilitar, por ello, una visita regulada y selectiva, ya que no se trataría de un parque sin más, sino de un espacio patrimonial de uso público.

Como ya se expuso en el anterior comunicado, la preservación de los valores históricos del lugar exige una adecuada y exhaustiva investigación previa, que evite destrucciones u ocultaciones y posteriores sorpresas, que siempre se acaban traduciendo en paralizaciones, retrasos y sobrecostes de la obra que a la postre pagan los ciudadanos a través de sus impuestos. Antes de proyectar es necesario saber exactamente lo que hay para poderlo valorar adecuadamente: saber qué restos quedan de los cármenes, jardines, molinos y estructuras hidráulicas con el fin de que se puedan integrar como bienes patrimoniales; conocer con exactitud el trazado o los distintos trazados históricos de la acequia de Romayla es imprescindible porque en buena medida la recuperación y valoración de esta estructura hidráulica debería ser uno de los principales hilos conductores del proyecto.

La intervención en curso no debiera quedar circunscrita al espacio delimitado por el proyecto de paseo peatonal, que abraza solo las parcelas de los cármenes del Granadillo y de las Chirimías y la del molino de papel, sino que debería ampliarse hasta el acueducto, las ruinas de los molinos ubicadas en sus entornos y el arranque tradicional de la cuesta del Rey Chico o camino de Fuentepeña, contemplando todo este conjunto en un único proyecto.

Al considerar que la finalidad prioritaria de la intervención ha de ser recuperar para disfrute público el patrimonio histórico existente, en vez de concebir el lugar como mero soporte de un futuro paseo de nuevo diseño, inevitablemente han de ponerse en cuestión diversos criterios de actuación contenidos en el proyecto. No hay ninguna razón, por ejemplo, para introducir diseños de jardines extraños a la tradición local, máxime cuando existen documentos gráficos de los jardines que allí hubo y cuya rehabilitación tiene mucho mayor sentido que la introducción de formas y disposiciones ajenas.

El recurso a muros y estructuras de hormigón armado, con independencia de que luego se revistan de otros materiales, no tiene una verdadera justificación. Los muros de mampostería que actúan por gravedad han funcionado desde tiempos inmemoriales y no existe razón para que no se sigan utilizando en concordancia con lo existente, mucho de lo cual sin duda puede repararse y aprovecharse. Este tipo de estructuras hechas con materiales tradicionales han resistido siglos, mientras no está probada la longevidad de las estructuras de hormigón armado. Más bien estas, en el escaso siglo de su existencia, han dado sobradas pruebas de una mala durabilidad, tanto por corrosión de las armaduras como por alteraciones de algunos de sus componentes. De los morteros de cal, existen más de dos mil años de experiencia y probada pervivencia cuando están bien ejecutados. El ampararse en una normativa oficial que exima de responsabilidades al proyectista no justifica un abandono de otras técnicas más acordes con el lugar y el entorno y cuyo comportamiento estático puede igualmente asegurarse.

La seguridad frente a posibles caídas desde una parata a otra puede lograrse con sistemas que no sean necesariamente barandillas cuyo diseño pueda incidir negativamente en la percepción del lugar. El vidrio no es material inocuo; produce reflejos que pueden incluso ser desagradables y su ensuciamiento requiere de un mantenimiento continuo. Para garantizar la seguridad bastaría con apartar la zona de tránsito accesible a los peatones de los bordes de los muros de contención mediante zonas ajardinadas o setos y barreras vegetales, limitando a zonas muy puntuales posibles accesos al borde del muro, protegidas con antepechos de fábrica o barandillas de diseño sencillo.

Plantear la construcción de un ascensor con toda la infraestructura que comporta tampoco se justifica, cuando existen otras alternativas menos agresivas visualmente, que no alteran el terreno natural y que además evitarían la necesidad del mantenimiento de una instalación cuya continuidad resulta, cuando menos, problemática, si además no existe un control y vigilancia de su uso.

Elemento crucial en este proyecto lo constituye el llamado hotel Reuma, cuyo negativo impacto en el lugar y en la contemplación de la seguramente más importante perspectiva de la Alhambra resulta indispensable abordar. El hecho de que una parte de la población se haya habituado a verlo y lo contemple con indiferencia o incluso con cierto aprecio no puede hacernos olvidar que constituyó en su momento una fuerte agresión para el conjunto monumental de la Alhambra que, sin duda, se pudo perpetrar y se ha podido perpetuar por la falta de conciencia y de adecuados mecanismos de protección. Pero las circunstancias actuales ya no justifican la pervivencia de este hecho lamentable. Resulta irónico que cuando exigimos la posible reversibilidad de nuestras intervenciones en el patrimonio (así lo exige la ley) para garantizar que no sufran un daño permanente causado por nuestras acciones, no se aplique esa reversibilidad en este caso, cuando es perfectamente factible.

El llamado hotel Reuma se construyó sobreelevando la edificación existente del antiguo carmen de las Chirimías. Agravando el desproporcionado aumento del volumen del edificio, este se remató con una cubierta de cinc con formas que emulaban las construcciones centroeuropeas del siglo XIX, ya en ese momento un tanto trasnochadas, y que resultan sumamente disonantes en el lugar. A todo ello se suma una precaria calidad constructiva que obligaría a actuaciones seguramente desproporcionadas para rehabilitarlo. No debe olvidarse que parte de la muy limitada aceptación de su actual existencia se debe sin duda al aspecto de abandono que hoy presenta, que permite una cierta mimetización con el entorno, pero que se verá irremediablemente alterado en cuanto se restaure, lo que provocará sin duda el resurgimiento y la acentuación de su impacto negativo.

Parece lo más aconsejable reducir el volumen del edificio tratando de recuperar su aspecto anterior. No se trataría de rehacer exactamente lo que hubo, que además fue cambiando en el tiempo, sino de dejar una construcción más pequeña que quede mimetizada en su entorno, eliminando todo protagonismo que pudiera entrar en competencia con la torre de Comares, que se yergue prácticamente en su vertical. En una palabra, debemos buscar que exista equilibrio, armonía y diálogo controlado entre el patrimonio cultural y cualquier nuevo elemento, haciendo todo lo que sea necesario, pero siempre lo menos posible.

Finalmente debemos enfatizar que la modernidad no tiene necesariamente que expresarse a través de formas y materiales disonantes e incluso agresivos, sino más bien mediante una nueva lectura, entendimiento y uso de los bienes patrimoniales en concordancia con nuestro tiempo y con la valoración que hoy se hace del patrimonio histórico como un legado del pasado que estamos obligados a conservar y transmitir.

En Granada, Palacio de La Madraza, 25 de marzo de 2021

EL PLENO DE LA REAL ACADEMIA DE BELLAS ARTES DE GRANADA

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